viernes, 23 de agosto de 2013

"No fumes, mamá"

¿Cuantas veces habré dicho yo esa frase hace años?

Una nube gris asoma entre mis labios mientras lo pienso.
Qué mal me sabe el tabaco, pero cuánto me gusta.
Como casi todo, realmente.

¿Qué narices hago filosofando mientras me jodo los pulmones?
Es lo que tiene pensar por la noche. Ninguna idea que se te ocurra más tarde de la una de la mañana debería constar en acta, pero aquí estamos.

Mirando a esos libros, los mismos de siempre, que son algo así como el único horizonte que se ve desde mi cama.
Los de todos los días.
Y este puto atrapasueños que no sirve para nada, salvo para coger polvo y quedar muy bien en las fotos.

A veces me acuerdo de cuando no venías a buscarme al colegio.
¿Qué sería? ¿Media hora, tal vez?
A mí se me hacía eterno.
Me quedaba sola en ese banco todos los días. Y luego venías enfadada.

Aún así te quería más que a nadie y eras mi ideal de mujer.
Y te sigo queriendo.
Pero lo otro, no.

Qué nietzscheano.
(No me miréis así. Esa palabra existe. La he buscado).
Eterno retorno, madre.
Eterno retorno.

Tu hija nunca será un "Übermensch".
Pues siempre tendrá miedo de convertirse en ti.


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