lunes, 29 de abril de 2013

No me dejéis seguir desvariando.

Qué rápido pasa el tiempo y que lentos los recuerdos.
Cuando los hay, claro.

Si dices "trescientos sesenta y cinco días", tal vez no sea tan sorprendente el cambio.
¿Qué es el tiempo, a fin de cuentas, sino una medida que escribimos los humanos?

¿Y qué le importa al cosmos todo esto? O a ti.
¿Qué haces aquí, por cierto?

Anyway, en un año mi vida ha dado un vuelco.
180º grados, dicen.
No me parece adecuado medir vidas con trigonometría.

Mi ángulo llano tiene nombre de mujer.

¿Qué tendrá la cafeína...

...que cuando probamos el primer café, todos nos volvemos poetas?

Juguete roto.


Nunca he entendido el feo y triste significado de la expresión "Juguete roto".
Mis juguetes rotos siguen en mi habitación.
Pensad en lo poético de un juguete que cumplió con su propósito.
Que entretuvo a alguien, que soportó los duros procesos de aprendizaje de un proyecto de persona (las babas, los lanzamientos, los tirones de pelo sintético y los raspones contra suelos y paredes), o que simplemente estuvo ahí. Ese que tal vez no recuerdas pero aparece en cada álbum de tu etapa más inconsciente.

Pero si se rompió, es que lo hizo.

¿No os da mas pena ese juguete que se queda en la caja? O tal vez, con mejor suerte, abandonado en la estantería o regalado al primito pequeño.
¿Ese que, prefabricado e impersonal, nacido en PVC y bañado en acrílicos, nunca gustó del todo a su dueño? El que se abre, más por compromiso ante la expectante abuela que por gusto, únicamente el día de Reyes.
Ese tiene una historia ciertamente dramática.

Aunque, siendo pragmáticos, todos sabemos que la personificación de los juguetes es irracional.

¿Lo es?