lunes, 29 de abril de 2013

Juguete roto.


Nunca he entendido el feo y triste significado de la expresión "Juguete roto".
Mis juguetes rotos siguen en mi habitación.
Pensad en lo poético de un juguete que cumplió con su propósito.
Que entretuvo a alguien, que soportó los duros procesos de aprendizaje de un proyecto de persona (las babas, los lanzamientos, los tirones de pelo sintético y los raspones contra suelos y paredes), o que simplemente estuvo ahí. Ese que tal vez no recuerdas pero aparece en cada álbum de tu etapa más inconsciente.

Pero si se rompió, es que lo hizo.

¿No os da mas pena ese juguete que se queda en la caja? O tal vez, con mejor suerte, abandonado en la estantería o regalado al primito pequeño.
¿Ese que, prefabricado e impersonal, nacido en PVC y bañado en acrílicos, nunca gustó del todo a su dueño? El que se abre, más por compromiso ante la expectante abuela que por gusto, únicamente el día de Reyes.
Ese tiene una historia ciertamente dramática.

Aunque, siendo pragmáticos, todos sabemos que la personificación de los juguetes es irracional.

¿Lo es?

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