miércoles, 25 de diciembre de 2013

Seis años.

Abuela, te fuiste hace seis años.
Bueno, permitidme este recurso, chicos.

Ya sé que no te fuiste a ninguna parte, y que no lo hiciste a propósito.
Pero conjugar el verbo "morir" es muy difícil para la primera y la segunda persona del singular.
Y ya sé que escribir una entrada como si hablase contigo es otra estupidez, pero me gusta así.

Hace seis años, la pequeña e insegurísima preadolescente que tenías por nieta estaba sentada en la silla del tanatorio sin saber qué decir, ni qué hacer, ni qué pensar.
Te hubiera gustado saber cómo soy ahora.
Tú me llamarías mujercita, supongo. Y ahora sé qué decir, y qué quiero hacer, y qué me gusta pensar.
No sabes lo importante que fue en mi vida el día de tu muerte. No te asustes, pero fue una torta en la cara. Un fin súbito de mi infancia.

Tranquila, está bien.
Crecí mucho con aquello.

Simplemente, a veces echo mucho de menos el poder coger el teléfono los domingos, preguntarte qué tal estás, contarte que nosotros bien aunque no sea del todo verdad, y poder decirte a cachitos todo lo que he crecido por dentro y por fuera. Que tengo novia, que quiero estudiar Biología, que papá nos ha pegado un catarro, y que a ver cuándo vamos a verte a Granada.

Me gustaría tomarnos un café juntas, con las tazas que ahora tenemos nosotros, con los pies sobre el brasero. Y decirte todo lo que a veces no puedo decirle a nadie más, porque sé que a ti podría contártelo.

Recuerdo perfectamente tu forma de maquillarte, las arrugas de tus manos, el color de tu esmalte de uñas y el modo en el que apoyabas la cara en el dorso de la mano cuando veías la televisión. Ese gesto de niña en cara de ancianita nunca se me olvidará.

Abuela, nunca te dije lo mucho que te quería, porque tampoco sabía que iba a echarte tanto de menos.

Aún hoy me pregunto si hice bien el 25 de Diciembre de 2007, porque no me asomé a verte. Pero entiéndeme. Entiende que tenía 11 años, que la muerte no era algo que tuviera en cuenta. Y que no iba a verte a ti, sino a tu cadáver. Eso ya no eras tú. No era tu forma de maquillarte, no era tu sonrisa, ni tu camisón. No hubiera sido la calidez de tu cuerpo cuando me abrazabas.
Si me hubiera asomado a ver tu cuerpo vacío tras un cristal, tal vez los buenos recuerdos que tengo hoy de ti hubieran desaparecido.

Mejor así.

Te echo de menos. No sabes la razón que tenías cuando me decías entre risas que eras "mi abuela moderna".
Fuiste la mujer más fuerte que he conocido nunca. La más fuerte y la más buena.




domingo, 22 de diciembre de 2013

¿Por qué?

¿Por qué no reaccionas?
Por qué no decides, por qué te quedas callada, por qué no me preguntas, por qué me quieres tanto.
Deja de hacerlo.
O haz algo de una vez.

Por favor.

Sería una pena que dejases que el mundo tomase las decisiones por ti. El entorno te está comiendo lentamente. ¿O siempre has sido así y yo no lo he visto?
¿Por qué dejas que escriba esto en un blog en vez de decírtelo?
Igual que dejas que todo el mundo opine de ti, te diga lo que haces y dejas de hacer y sentencie tu personalidad, como ahora mismo.

Reacciona.
Espabila.
Haz algo.
Al menos déjame cerciorarme de que respiras.

Por favor.

Por Navidad voy a regalarte un desfibrilador.

jueves, 12 de diciembre de 2013

No entraba en mis planes que este blog acabase volviéndose un cajón de sastre, pero bueno.
Cosas que pasan.

Mi cabeza no da para historias estructuradas en este momento.
Se me ocurre un principio, pero no un final. Se me ocurre un contexto, pero no me convence el texto. Imagino que simplemente no me apetece contar otras cosas que no sean las mías, aunque las pinte de colores o haga metáforas mediocres para expresarlas.

Y a veces ni eso.

Los estudios tampoco me dejan mucho tiempo libre para divagar. El tiempo que no invierto en absorber conocimientos como una aspiradora es el que necesito para cumplir las funciones vitales básicas. Y me aterra afirmar, pero es así, que aun cuando tengo tiempo para pensar, parece que estoy perdiendo la imaginación.

Supongo, espero y deseo que sea por el estrés.
Pero así están las cosas.
Lo siento. Debe de ser duro leer sin entender y pensar "¿cuál será la droga que consuma esta chica?", pero lo que no voy a hacer es escribir algo con lo que no me sienta identificada o dedicar a una página en Internet el tiempo que me he propuesto dedicar a poner los cimientos de mi vida.

No creo que suba entradas periódicamente, y dudo mucho que vuelvan a salirme relatos. Subiré lo que me venga, en el momento en el que decida venir.

Una vez más, me despido con el deseo de que esto cambie, y espero que podáis entenderlo.
Gracias.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Podéis llamarme cangrejo.

Estoy segura de que la proporción de acontecimientos buenos y malos en nuestra vida no es tan diferente.
El problema es que damos por hecho que las cosas buenas deben pasarnos a nosotros. Siempre. Como norma. Las cosas buenas están ahí, pero las malas sientan mucho peor.

"Me cae mal ese imbécil" Dices, amargada, mientras tu novia te abraza.
¿Qué hay mejor que ese abrazo? Realmente nada, pero...

¿Qué importa? Sólo puedes pensar en lo mal que te cae fulanito porque él tiene, él hace, a él le salen las cosas bien.

Descuidamos lo que tenemos porque damos por sentado que lo bueno y lo placentero permanecerán siempre con nosotros. ¿Qué importa ESTE abrazo si puede darme otros veinte?
No, nunca se te ocurre pensar que ese pueda ser el último, que ella se harte, que se vaya o que simplemente le caiga una maceta en la cabeza según andáis.
Y entonces la consecuencia será tu nuevo drama.

Olvidar lo que tenemos porque nos hemos acostumbrado a ello es peligroso. A menudo termina en un choque, una especie de despertar, y adiós. Te quedaste sin juguete, niña.
Supongo, de todas maneras, que existe un punto de "no retorno". El límite que algo bueno tolera que lo subestimes antes de largarse.

Es difícil saber donde está, y a veces me pregunto si ya hemos llegado a ese punto.

Otro de mis problemas es dar por sentado que siempre estarás conmigo, o que siempre querrás estarlo. Es como los Reyes Magos, pero para mayores. Claro que mi parte más racional lo ve imposible. O improbable, más bien.
Pero me niego a creerlo, o a verlo así. Porque doy por sentado que algo tan bueno como tú debe, por ley, quedarse conmigo. Como si yo fuera el summum bonum para el que fuiste diseñada.
Qué mierda. Qué asco, qué mentira.

Tengo la manía de convertirme, sin quererlo, en un vampiro emocional de esos a los que tanto odio. No un vampiro depredador. Más bien parásito. Me he creído que confío en mí misma.
Y es otra mentira.
Confío en mí misma si tú confías en mí.
Es un chantaje emocional pintado de rosa y con un lacito para que parezca más digno de un guión de comedia romántica. Involuntario, sí, pero un chantaje.

Y además es un círculo vicioso para el que no hay salida salvo que te vayas, me arrastre por el suelo y encuentre a otra persona que se deje parasitar.
Funciono así, para mi desgracia.
Tengo que encontrar la manera de formar relaciones simbiontes, o la vida me va a parecer siempre una desgracia tras otra.
El problema es que si tú y yo hemos llegado al límite, ya no hay simbiosis que valga.

Deberías huir.
Por cada paso que voy hacia adelante, retrocedo cuatro.
Y tú te mereces un delfín, no un cangrejo.

Metáforas de Biología.