domingo, 28 de octubre de 2012

Perder el control.


Tú no recuerdas mi nombre.
En realidad no me importa.
¿Podemos jugar a este juego a tu manera?
¿De verdad puedo perder el control?

Sólo por una vez en mi vida
creo que estaría bien
simplemente perder el control. Sólo una vez.
Con todas las hermosas flores en el polvo.

Mary tenía un corderito
con los ojos negros como el carbón.
Si jugamos sin hacer ruido, corderito,
Mary no tiene por que enterarse nunca.


Sólo por una vez en mi vida
creo que estaría bien
simplemente perder el control. Sólo una vez.

Si te reduzco a algo que yo pueda utilizar,
me temo que no quedará nada bueno de ti.

martes, 9 de octubre de 2012

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ADVERTENCIA: Si eres muy sensible ante la violencia tal vez no deberías leer esto. No es que haya sangre ni vísceras, pero es una descripción del dolor y la crueldad bastante detallada y que te puede resultar desagradable.
NOTA: Si eres Nuria, no sigas leyendo. Busca en Google "cute kittens" y disfruta (Pero yo te quiero :3)
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Llevaba días encadenada a esa mugrienta pared, húmeda y llena de moho. El por qué llegué allí es irrelevante.
Mis ojos se habían acostumbrado a la penumbra. Los ganchos para los grilletes estaban lo suficientemente altos como para obligarme a estar más o menos de pie, aunque después de varios días todo lo que pude hacer fue dejar caer mi peso esperando que mis hombros me sujetaran un minuto más.
Estaba débil, mis captores apenas me daban de comer o beber. Mis músculos ya no tenían fuerza para sujetarme, en ese sentido las cadenas eran incluso una ventaja.

Mientras contaba las gotas que caían del techo lleno de humedades para no volverme loca (y no las veía, sólo contaba la cadencia con la que se estrellaban contra el suelo), la puerta del zulo se abrió de repente y una luz demasiado potente para lo que entonces eran mis ojos llegó desde el otro lado.

Uno de esos horribles hombres con bata se dirigía hacia mí. Normalmente me ponían inyecciones de agua con azúcar y sales minerales, pero este no parecía llevar nada de eso.
Con una pequeña llave abrió los grilletes. Cuando el metal oxidado se despegó de mi piel, caí desplomada al suelo sobre mis rodillas. Creo que casi pude oír como crujían.

Estaba tan agotada que ni siquiera tenía fuerzas para sorprenderme. No sabía que querrían ahora de mí esos cabrones, pero casi prefería no hacerlo.

En el zulo entraron una mujer y dos hombres más. Los dos hombres llevaban una mesa metálica con ruedas llena de cables y aparatos con muchas luces. Los ojos me dolían con cada destello verde o rojo que salía de los monitores. La mujer sólo llevaba una carpeta y un bolígrafo prendido en el bolsillo de la bata.
Bueno, eso y la expresión más sádica que he visto nunca.

Sin mediar una palabra, comenzaron a ponerme una especie de electrodos por todo el cuerpo, todos conectados a las máquinas de la mesa. Me colocaron también un casco que solo me cubría la parte superior de la cabeza. Pesaba mucho y apretaba en los laterales. También estaba conectado.

Cuando me soltaron apenas podía mantener erguida la cabeza sobre los hombros.

-...¿Qué es esto?- Pregunté con un hilo de voz ronca.
-Un experimento. Eres un conejillo de indias, no te emociones. No eres una elegida ni nada por el estilo, no te lo tomes como algo personal. -Dijo el hombre que me había soltado las cadenas.

La mujer comenzó a hablar nada más terminar la intervención del primero.
-Todos los cables que te hemos puesto y el casco están conectados a estas máquinas. Con esto vamos a producirte dolor de forma gradual en una escala del uno al diez para comprobar en qué punto el cuerpo se colapsa y deja de funcionar. Vas a morirte de dolor, hablando en plata. Y yo voy a tomar nota de todas tus reacciones.

Podría decirse que saboreó cada palabra mientras la decía.
A esas alturas, oír mi sentencia de muerte me era totalmente indiferente. No la deseaba, pero no tenía fuerzas para quitarme todo eso y salir corriendo aunque ya no estuviera encadenada. ¿De qué servía lamentarse?

Me colocaron en el centro de la estancia y encendieron sobre mí un foco blanco. Aun con los ojos cerrados era molesto. Me obligaron a mantenerme de pie aunque las piernas me estuvieran temblando.

Se alejaron unos metros de mí y la mujer tomó de la mesa un pequeño mando.

-Nivel número uno.

Al principio no noté nada, pero de forma muy gradual, una especie de martilleo empezó a recorrerme todo el cuerpo. Eso iba a aguantarlo bien.
Tras unos treinta segundos, la mujer anunció el paso al siguiente nivel.
Las articulaciones más "importantes" como los tobillos, las rodillas o la espalda empezaron a resentirse. Sentía como si me estuvieran apretando los huesos entre dos bloques de cemento.
Pero seguía siendo soportable, o al menos eso intenté que pensaran los de las batas.

Cuando pasé al siguiente nivel cada una de mis articulaciones, incluidas las más pequeñas, como los nudillos, dolían bastante. La presión que sentía en el nivel anterior en las articulaciones mayores comenzó a hacerse insoportable. Las piernas me temblaban mucho, no iban a soportar mucho más mi peso.

-Nivel número cuatro.
El casco comenzó a emitir un zumbido muy desagradable. Los bordes metálicos empezaron a apretarse poco a poco contra mi cabeza, hasta el punto que empecé a sentir mis pulsaciones en las sienes.
Por orgullo más que por otra cosa, hice acopio de todas mis fuerzas para mantener las rodillas en un ángulo en el que me sujetaran más o menos dignamente. Pero aquello no duró mucho.

En el paso al quinto nivel, los electrodos empezaron a emitir descargas eléctricas en los músculos, lo cual  hacía que se movieran de forma involuntaria, además del dolor que producía el calambre. Los cuádriceps fueron unos de los primeros en sufrir el espasmo y caí al suelo quedando casi a gatas. Los brazos aún no habían recibido muchas descargas, pero ya temblaban exageradamente.

En el sexto nivel las descargas aumentaron notablemente la potencia. Por primera vez en todo el proceso se me escapó un grito de dolor, que por lo poco que pude ver provocó un par de sonrisas entre el público masculino.
Cabrones...no iba a darles el gusto de morir así, delante de ellos, retorciéndome. Apreté la mandíbula y levanté la cabeza todo lo que pude.

Las descargas en la espalda me producían espasmos descontrolados en todo el resto del cuerpo. Los electrodos que me habían pegado sobre las costillas empezaron a actuar sobre los músculos intercostales. La caja torácica empezó a moverse a merced del mando de la mujer, yo no controlaba mi propia respiración.

El paso al séptimo nivel fue espantoso.
El casco apretó un poco más, haciendo difícil incluso que mantuviera los ojos abiertos. En las extremidades sentía un dolor insoportable, inhumano. Las manos me dolían tanto que parecía que me las hubiera pillado bajo un bloque de hormigón.
Una de las sacudidas de los electrodos de las costillas fue tan dolorosa que intenté gritar, pero la siguiente sacudida ahogó el sonido. Eran tan rápidas que iba a terminar hiperventilando.

En el octavo nivel dejé de sentir los huesos de las extremidades inferiores. Mi esqueleto dejó de sujetarme por completo y caí al suelo de lado, entre convulsiones.
El último espasmo de los músculos intercostales hizo que se me partiera una costilla. Noté la fractura. En el lado derecho, la cuarta empezando por abajo. Las sacudidas en esa zona cesaron. El aire no me llegaba a los pulmones con normalidad, estaban contraídos en el interior de mi cuerpo.

En el noveno nivel pude gritar con todas mis fuerzas; un espasmo en el abdomen hizo que se moviera el diafragma y los pulmones pudieran hincharse.
Mi cuerpo se retorcía y yo no podía controlarlo. En ese momento solo podía pensar que cuando muriera todo eso terminaría, todo el dolor pasaría.
Aún no alcanzo a comprender cómo, pero por unos instantes vi la cara de horror de los que me torturaban.

Oh, no malpenséis. No se sentían culpables de estar haciendo eso a un ser humano.
No.
Sus caras de horror eran por ver cómo una mísera mujer, un desecho humano, la escoria de la sociedad, había conseguido aguantar tanto.
La sorpresa en la cara de la mujer se convirtió en odio rápidamente.

-¡MUÉRETE DE UNA VEZ, PUTA! ¡NO PUEDE SER QUE AGUANTES TANTO!
Perdió el control y se acercó a mí hasta estar a un paso de mi cabeza. Se agachó y empujó el casco haciéndome dirigir la mirada hacia el mando que controlaba las máquinas.

La idea de la muerte se esfumó de mi cabeza por un momento. La rabia y el odio en la cara de la mujer me dieron fuerza. No física. Fuerza interior.
Iba a quedarme ahí, viva, sólo para joderle el plan a esa energúmena. Iba a ver su cara cuando aguantase el último nivel.

-¡NIVEL DIEZ!
Me soltó la cabeza y pulsó el botón.

...
Un grito desgarrado salió de mis entrañas como si se hubiera abierto paso con un puñal. El casco apretaba más y más de forma progresiva, sin pausa. Mis extremidades convulsionaban y yo luchaba por hacerme un ovillo y contener todo aquel dolor, como si pudiera concentrarlo en un punto ajeno a mí.
Pero era muy difícil.
Se me partió la clavícula izquierda en uno de los espasmos. Se me dislocó un hombro. La costilla rota hacía que cada intento de inspirar fuera tremendamente doloroso.
Me iba...me iba...
No iba a poder...
No...
Podía...

El casco se aflojó de repente. Los electrodos terminaron con la tortura.
Mi cuerpo, como si fuera de trapo, estaba tendido en el suelo. No podía mover ni siquiera los párpados.
Tumbada boca arriba como si hubiera caído del techo, todo parecía ir a cámara super-lenta ahora.

Oí como en la lejanía las voces de los tíos con bata.
-Está muerta- Dijo uno. Oí cuchicheos. No se acercaba nadie a mí.

-No...-Contesté.
Silencio sepulcral.
-No.-Repetí más alto.
Me quité el casco a duras penas aún extendida en el mugriento suelo y giré la cabeza hacia donde estaban ellos.

-No...estoy...MUERTA.
Ya no había dolor...
Es curioso. Llega un punto en el que cuando ya no sientes nada más que dolor, el concepto pierde sentido y deja de existir. El dolor es dolor porque existe el contraste con el bienestar. Pero, ¿qué pasa si todo tu cuerpo duele hasta el extremo?
Que no existe.

Entre respiraciones torpes y lentas pude ver sus caras de horror. Puede que ahora tuvieran miedo.

Lentamente, me incorporé hasta quedar a gatas. Seguían sin hacer un solo ruido.
Mirándoles fijamente, sonreí.
Una carcajada empezó a brotar de mi interior. No podía controlarla, pero era divertido ver a esos hijos de puta haciéndose pis encima.
Me arranqué uno a uno y con parsimonia todos los electrodos y conseguí ponerme de pie. Me sentía más fuerte que cuando empezó el experimento.
Y ellos ahora eran como estatuas. No sé siquiera si respiraban.

Oportunamente, el foco del techo empezó a parpadear hasta fundirse.
La sala quedó a oscuras y con la puerta cerrada.

-Nivel once, hijos de puta.



domingo, 7 de octubre de 2012

Suficientemente buena.

Siento seguir desinspirada.
No me gusta tener así de abandonado el blog, me duele en el alma.
Pero tengo mil ideas que no sé como cerrar, ni siquiera me salen las palabras que quiero para expresarlas.
Supongo que me es más fácil escribir cuando estoy deprimida, a lo romántico.
En fin, gracias por seguir pasando por aquí de vez en cuando, se me cae la cara de vergüenza de no poder subir nada decente, lo siento.


Bajo tu hechizo de nuevo,
no puedo decirte que no.
Desea mi corazón y lo tendrás sangrando en tus manos.
No puedo decirte que no.

No deberia haberte dejado torturarme tan dulcemente,
porque ahora no puedo irme de este sueño.
No puedo respirar, pero me siento...

...suficientemente buena.
Me siento suficientemente buena para ti.

Bebo la dulce decadencia,
no puedo decirte que no.
Me he perdido por completo, y no me importa,
no puedo decirte que no.

No debí dejar que me conquistaras completamente,
ahora no puedo alejarme de este sueño.
No puedo creer que me sienta...

...suficientemente buena.
Me siento suficientemente buena.
Ha sido mucho tiempo, pero me siento bien.

Y sigo esperando que caiga la lluvia
y me empape de realidad, 
porque no puedo aferrarme a algo tan bueno como esto.
¿Soy lo suficientemente buena como para que me quieras también?

Así que ten cuidado con lo que me pides,
porque no puedo decir que no.