domingo, 11 de mayo de 2014

Dos años después, volvemos a los placeres.

Me preguntaste qué pequeños placeres de la vida podría echar de menos cuando ya no pudiese vivirlos.
Y cuando me lo preguntaste, no supe qué contestar. En ese momento tenía muy pocos placeres, fuera cual fuese su tamaño.

Aún no sabía lo que era fumar en la cama, ni me gustaba el café. No echaba la siesta, no me pintaba bien los ojos, no escribía en cursiva. No había oído Shine On You Crazy Diamond en vinilo, no me gustaba la cerveza y las cachimbas me parecían instrumentos diabólicos.

Dormía con sujetador, me pasaba el día en zapatos y no me rascaba la marca de los calcetines. No había escuchado una lira en directo ni me había asomado al borde de un acantilado que podría ser perfectamente el fondo de un cuadro del Romanticismo. No me gustaba verme desnuda, no me gustaba verme. No me atrevía a probar cosas nuevas. No había tenido nunca ningún tipo de experiencia espiritual ni se me había dormido un gato en el regazo.

Nunca había escrito con pluma ni había tenido aún una escena compartiendo el escenario sólo con otra persona. Las escaleras de caracol sólo eran para subir o bajar, y las vías de tren sólo significaban despedidas.


Me preguntaste qué pequeños placeres de la vida echaría de menos cuando aún no éramos "nosotras", y cuando ni tú ni yo podíamos imaginar que lo seríamos.
Me preguntaste qué pequeños placeres de la vida echaría de menos sin saber que todos los anteriores se volverían grandes contigo.

(Que compartas tu cuerpo con el mío es uno de esos placeres tan grandes que no cabe ni en diez listas como esta).

lunes, 5 de mayo de 2014

Sé que dieciocho años no son nada en la vida, mamá. Pero legalmente se me trata como adulta. Por lo menos me gustaría que mi palabra comenzase a contar en casa como lo que es y no como una opinión a destiempo que suelta un niño de cuatro años. Y que se deje de juzgar mi comportamiento como una ficticia "alianza" con papá o con quien sea. Pide trabajo como guionista de culebrones y déjame en paz.
Tomo mis propias decisiones, mamá. Y seguramente muchas sean erróneas, pero al menos deja que me equivoque y no me infravalores antes de que intente dar un paso.
Deja de contestarme "pues no lo pareces" cada vez que te diga que ya soy adulta, porque sueles decirlo cuando lo parezco mucho más que tú, que me llevas treinta y cuatro años.
Deja de decir que me aceptas completamente como soy, porque no tienes ni la más remota idea de lo que me gusta ni de cómo pienso.
Déjame contarte, si tanto te interesa, quién soy ahora y por qué lo soy después de todo.
Deja de jurar que me aceptas con mis gustos, porque no es así y lo sabes. Y preferiría que fueras honesta y me dijeras "me cuesta ver esta tendencia en ti" a que sueltes los comentarios que sueltas como quien no quiere la cosa bajo la máscara de tu infinita tolerancia.
Mis cojones.

Cada vez que me interrumpes y hablas sobre mis palabras, a menudo gritando, me haces perder un poco más las ganas de mantener cualquier relación contigo. He abierto el cajón de mierda muy pocas veces. Y cuando lo he hecho ha bastado un resquicio de éste para que la conversación se volviese en mi contra y me sintiese un ser inhumano.
"¿Cómo vas a pensar eso de tu madre, después de todo lo que ha hecho por ti?

Me has parido, sí. Me has amamantado y alimentado, sí. No te niego que me hayas dado cariño y tiempo.
Pero, cómo te lo habrás montado para que mis recuerdos nítidos más lejanos de ti sean enfadada o histérica. Cómo habrá sido que aún recuerdo ese tiempo que se me hacía eterno sentada en el banco del colegio esperando a que vinieras a buscarme. TRES MINUTOS. TRES PUÑETEROS MINUTOS ES LO QUE HAY DE CASA AL COLEGIO. Y el día que venías a por mí a tiempo, era algo especial y digno de celebración. Recuerdo al director preguntándome dónde estabas y me recuerdo mintiendo: "volviendo del trabajo".

Llega un punto en el que me pregunto si tengo que seguir aguantando esto. Si tengo que seguir perdonando porque eres mi madre. Me has exigido más como hija de lo que tú nunca has dado por la convivencia en casa (y mira que somos pocos). Y estoy harta. Y creo que ya no tengo por qué callármelo, pero aun así lo hago en un intento de ahorrarme tus gritos. Y más ahora, que estoy terminando el curso.

Básicamente esto es el "que te jodan" que no puedo decirte a la cara pero que, seguramente, se vislumbre en mis ojos cada vez que intento hablar contigo como la persona civilizada que no me has enseñado a ser.

Buenas noches.