domingo, 11 de mayo de 2014

Dos años después, volvemos a los placeres.

Me preguntaste qué pequeños placeres de la vida podría echar de menos cuando ya no pudiese vivirlos.
Y cuando me lo preguntaste, no supe qué contestar. En ese momento tenía muy pocos placeres, fuera cual fuese su tamaño.

Aún no sabía lo que era fumar en la cama, ni me gustaba el café. No echaba la siesta, no me pintaba bien los ojos, no escribía en cursiva. No había oído Shine On You Crazy Diamond en vinilo, no me gustaba la cerveza y las cachimbas me parecían instrumentos diabólicos.

Dormía con sujetador, me pasaba el día en zapatos y no me rascaba la marca de los calcetines. No había escuchado una lira en directo ni me había asomado al borde de un acantilado que podría ser perfectamente el fondo de un cuadro del Romanticismo. No me gustaba verme desnuda, no me gustaba verme. No me atrevía a probar cosas nuevas. No había tenido nunca ningún tipo de experiencia espiritual ni se me había dormido un gato en el regazo.

Nunca había escrito con pluma ni había tenido aún una escena compartiendo el escenario sólo con otra persona. Las escaleras de caracol sólo eran para subir o bajar, y las vías de tren sólo significaban despedidas.


Me preguntaste qué pequeños placeres de la vida echaría de menos cuando aún no éramos "nosotras", y cuando ni tú ni yo podíamos imaginar que lo seríamos.
Me preguntaste qué pequeños placeres de la vida echaría de menos sin saber que todos los anteriores se volverían grandes contigo.

(Que compartas tu cuerpo con el mío es uno de esos placeres tan grandes que no cabe ni en diez listas como esta).

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