jueves, 30 de agosto de 2012

Esa persona.


Me sentía atrapada. Como hundiéndome, ahogándome. Perdiéndome en una inmensidad de la que no era consciente. Un vacío en mi interior que poco a poco se convirtió en mi cárcel. Era como no dejar de caminar yendo hacia ninguna parte. No dejaba nada atrás, no veía nada delante.
Estuve encerrada en un medio que no controlaba. Una atmósfera pesada, que se te agarra a los pulmones y no te deja respirar. Que te fatiga y no te deja dormir. Que deprime y no deja...abandonar.

A veces lo que guardamos dentro es nuestro peor enemigo. Y lo que no tenemos, lo que nos falta, su mejor arma.

En ese mundo gris pasé bastante tiempo.
Bastante.

Por un momento, por unos instantes, me sentí perdida del todo. ¿Quién era yo? ¿Por qué? ¿Qué había hecho? ¿Qué me habían hecho? Las preguntas resonaban en la cabeza y dolían como disparos, y no había nadie que respondiera. Estaba sola, ese era el castigo.

Cuando todo dejó de tener sentido, se me tendió una mano. Una silueta que me sacó del fondo. Y aún no sé como lo hizo. A lo lejos se veía la luz. El polvo negro que flotaba por todas partes se pegó al suelo con las primeras gotas de lluvia. Eran frías, comencé a respirar.
La mano siguió tirando de mí sin explicación, porque ella no la necesitaba.
Simplemente hizo lo que hizo sin tener por qué, pero lo hizo.

Me recordó que seguía viva y por qué.
Estoy en deuda con esa silueta, esa persona.
Bastante.


viernes, 17 de agosto de 2012

Cliché.

Él entró en la cafetería a las seis y treinta y tres de la tarde, como todas las tardes de lunes a viernes del año, excepto festivos. Era su pausa del trabajo, a las siete tenía que entrar otra vez en la oficina.
Era una cafetería con muebles modernos, en la que abundaba el color negro con algunos toques de gris y blanco, todo muy minimalista. El hilo musical era sobre todo jazz. No solía haber mucha gente por allí. Por eso le gustaba tanto ir. Era un remanso de calma en medio de una tarde ajetreada.

Como cada tarde, pidió un café solo.

Y ella, como cada tarde, estaba sentada en la mesa de la esquina, la que estaba junto a la ventana, con un halo de misterio que la envolvía y que a él le encantaba.

No se conocían. Ella ni siquiera le había visto en todo este tiempo, pensaba él, porque nunca había levantado la vista de sus libros. Pero él se sabía sus gestos de memoria. Sabía cómo se pasaba por detrás de la oreja un mechón de pelo que se escapaba del improvisado recogido de vez en cuando. Conocía a la perfección cada vez que ella arqueaba las cejas, fruncía el ceño o sonreía levemente por las emociones que llegaban de las páginas de su libro. Podría decirte, sin mirar ni dudar un segundo, que con la mano derecha se llevaba su taza de té negro a la boca de vez en cuando, mientras apoyaba la cabeza en la izquierda. Las páginas también las pasaba con la derecha. Ya había memorizado el color de su abrigo en invierno, y de sus sandalias en verano.

Nunca la saludó al entrar en la cafetería o se despidió de ella al salir. Nunca cumplió con el tópico y le dijo al camarero  "Invite a la mujer de la esquina a otro té negro de mi parte". Nunca se acercó a la mesa a hablar con ella. No. Y nunca lo haría, porque estaba convencido de que, al igual que pasa en los libros y las películas, el día que se decidiera a hacerlo ella no pasaría por allí. Y nunca volvería a saber de ella.

Y esa era una idea que él no podía soportar.
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Ella, como cada tarde de lunes a viernes del año, entró en la cafetería a eso de las seis de la tarde.
Esa cafetería era el único sitio en el que podía leer tranquila. Su casa estaba al lado de la estación de trenes y no podía concentrarse para leer.
Pidió un té negro, como cada tarde. Se sentó en la mesa de la esquina, sacó un libro de su bolso de tela y se puso a leer. La suavidad del Jazz le hacía sentir como en una burbuja en la que nada le afectaba.

Bueno, nada...excepto él.
Todas las tardes, a las seis horas y treinta y tres minutos entraba en la cafetería. Ella le veía cruzar la calle por el rabillo del ojo a través de la ventana. Le miraba disimuladamente entrar por la puerta y pedir su café, y después le observaba cuando salía de la cafetería, a las siete menos cinco.

Hubiera podido dibujar de memoria su americana y sus zapatos. Los pantalones y la camisa iban variando. Ella había imaginado toda una posible vida para ese hombre. Por la ropa y los horarios fijos, seguro que tenía trabajo en una oficina o algo parecido. "Seguro que tiene novia...o mujer", pensaba ella. A veces tenía  algún rasguño en los pantalones o la marca de un mordisco en las manos, por lo que también tendría perro.
Siempre le hizo gracia la forma en la que movía la punta del pie derecho al andar. Se desviaba un poco hacia afuera en el aire y luego volvía a tomar la recta cuando el pie se acercaba al suelo.

Aunque se moría de ganas, nunca habló con él. Nunca le preguntó al camarero si sabía quién era. No.
Y no lo haría, porque sabía que igual que en los libros que ella tanto leía, el día que se decidiera a hacerlo, él no aparecería por la puerta. Y nunca volvería a verle cruzar la calle por la ventana.

Y esa era una idea que ella no podía soportar.

viernes, 10 de agosto de 2012

Primer año con vosotros.

¡Bueno, bueno, bueno, bueeeeeno chicos!
Hoy hace nada más y nada menos que UN AÑO que empecé a escribir en este blog.
La verdad es que cuando empecé no me imaginé que tendría tantas visitas. Ni siquiera pensaba que fuera a durar un año, no suelo tener paciencia para mantener este tipo de cosas tanto tiempo.

Pero aquí estoy, gracias a los que os pasáis por aquí, con casi 6700 visitas. De verdad, de corazón, muchísimas gracias a cada uno de vosotros. Sois los que me impulsáis a seguir escribiendo y los que hacéis que las tardes no sean tan aburridas.

De nuevo he de pediros perdón por mi sequía de ideas, pero parece que mi cabeza se está reorganizando y en breve podré subir más cosas. Sé que os gustan los relatos, pero pensaba escribir además otro tipo de cosas, curiosidades, como era el propósito del blog en un principio.

Y bueno, creo que no me dejo nada en el tintero. Simplemente quería daros las gracias a todos una vez más y recordaros que cualquier sugerencia, opinión, crítica, soborno, lo que sea, me lo podéis comunicar mediante comentarios.

Feliz agosto, ¡no muráis asados!

viernes, 3 de agosto de 2012

Odio los lunes.

...Arg...
¿Q-qué narices?
...Mierda, Darco, me has lamido toda la cara. Fuera de aquí, ni siquiera ha sonado todavía el desperta-

Pi-pi, pi-pi, pi-pi, pi-pi...

Oh, perfecto...qué despertar más ameno.
Alargo la mano hacia el despertador, el pitido cesa y comienza a sonar la radio. A esta hora exacta empiezan las noticias.

Son las seis, una hora menos en Canarias.
Buenos días desde Radio 7. Comienza el boletín informativo.

El presidente del gobierno declaró ayer que habrá recort-

Apago la radio. Paso de malas noticias (las de siempre) un lunes por la mañana.
Me voy a la ducha, empiezo a despertarme del todo. Mientras me enjabono miro la gotera que hay en el techo. Cualquier día se me cae la casa encima. Y todavía me pedirá el casero que le pague más por el alquiler...¡será sinvergüenza!

Me visto, me seco el pelo de mala manera, aún me quedan tres cuartos de hora para ir a trabajar. Voy a la cocina y allí espera Darco a que le eche la comida en el cuenco. Le quiero mucho, pero a veces me pregunto en qué momento se me ocurrió adoptar un perro con la que está cayendo. En fin, me sigue llamando la atención la lealtad irracional que tiene este bicho hacia mí aun con el mal humor que gasto.
Nos pongo el desayuno a los dos y enciendo la tele. Después de pasar por todas las noticias, me quedo en Pocoyó. A Darco le gusta.

Un café bien cargado un lunes por la mañana debería ser maravilla del mundo moderno.
Me como mis galletas de fibra de marca blanca, que no saben a nada, es como morder un círculo de cartón. Pero son más baratas. Y se supone que más sanas. No creo que digerir cartón sea sano, pero...

No me gustan los lunes. No por levantarme a las 6 para ir a trabajar, al menos tengo trabajo. Me doy con un canto en los dientes. Pero no me gustan los lunes. En general, como día. No me gustan. Son días grises, espesos, como un humo que te envuelve y te recuerda que no eres más que una marioneta, que no vas a ser libre. Al menos así me hacen sentir a mí.

El humo del cigarro que me estoy fumando es mucho más ligero. Mierda, debería dejarlo. Es caro, sólo fumo por ansiedad. Pero joder, es tan rico...si mi madre me viera le daría un infarto. Sí, mañana mismo lo dejo. Bueno no, que es martes. Mejor espero al lunes que viene para dejarlo.

Sólo enciendo la radio de nuevo a las siete menos diez para oír el tiempo. Hacen un repaso por todas las provincias, y cuando llegan a la mía Darco tira del cable y la radio cae al suelo. Deja de sonar.

-¡Me cago en diez!- Grito. El pobre me mira con ojos de corderito degollado. Maldita sea, qué bien lo hace. Sí, sí, tu haz como que nunca has roto un plato.
Hmm...si es que es un cachorrín...en el fondo no sé que sería de mí si él no estuviera aquí.
Le acaricio la cabeza con suavidad y en seguida sigue moviendo la cola como un idiota por el pasillo. Qué envidia. La radio no se ha roto, pero se le han salido las pilas con la caída. Es tan vieja y tan "tocho" que si se cae al suelo, se rompe antes el suelo que ella.

Bueno, pues habrá que ir a la  aventura. Tampoco es que el tiempo meteorológico esté muy emocionante por estas fechas. Frío, frío, más frío y por si querías más, más frío. Viva el clima de interior.
Cojo el abrigo, meto en el bolsillo el móvil, las llaves y la cartera y me despido de Darco.
-Intenta no romper demasiadas cosas.
Como respuesta solo obtengo una mirada y la boca abierta dejando salir la lengua. El primero que dijo "qué vida más perra" no tenía perro, claramente.

Al coche, si se le puede llamar así. Un Renault Clio...de 1994. Yo tenía ocho años cuando hicieron este cacharro. Cualquier día piso el freno y el asiento sale disparado hacia arriba como en los dibujos.

Definitivamente no, no me gustan los lunes. Deberían recortar los lunes. Flaco favor le hicieron a la luna poniéndole precisamente este día. ¿Odiaría los martes si fueran el primer día de la semana? No. No lo creo.
Mientras conduzco siento que no tengo otra opción. Que ni queriendo puedo parar el coche, abrir la puerta y huir hacia ninguna parte. No tengo el beneplácito de la sociedad para hacerlo. Esto es como un hormiguero.

Y odio las hormigas.