domingo, 10 de noviembre de 2013

Otro cliché.

Él terminó de hablar y la música siguió sonando.
Ninguno se miraba, la visión de sus respectivas infusiones parecía más interesante.

Ella bajó la cara intentando esconderse tras su pelo, como si fuera un escudo impenetrable, hasta que los últimos milímetros de té negro que quedaban por beber reflejaron su mirada. Pero daba igual, porque él tampoco se hubiera atrevido a levantar los ojos de su café.

El ritmo repetitivo de la canción se volvió un participante más de su...¿conversación?
Y nadie se atrevía a interrumpirle.

No hacía tanto tiempo, se conocieron precisamente en esa cafetería. Ella desde su mesa y él en la barra, se veían cada día. Y ahora que ambos se sentaban a menos de un metro, parecían un extraño para el otro.

-No puedo decírselo- pensaban ambos.

-Pero debo- siguió él.

-Ni quiero- añadió ella.



Una canción diferente comenzó a sonar rompiéndoles los esquemas. Pareció entonces que volvían a la realidad, a esa cafetería. El aire helado de enero se colaba entre las patas de las mesas cada vez que alguien abría la puerta.

Él comenzó a remover su medio café, ya frío. El azúcar precipitado arañaba el fondo de la taza. El tintineo de la cucharilla pareció sacarle a ella de sus pensamientos -y tal vez de sus casillas-.

Una mirada rápida, con una cantidad equilibrada de odio, miedo a ese odio y nostalgia.

Ella le dijo -Te quiero-.
Y él contestó como un resorte -y yo a ti-.


Y la música siguió sonando.

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